Cuando un niño calla
Hace un tiempo me encontré con una antigua alumna. No esperábamos vernos, así que fue una grata sorpresa encontrarnos y reconocernos (yo estoy más vieja y ella más guapa, la verdad). Nos abrazamos y hablamos alegremente durante un rato. Me contó de su vida desde que no tenemos contacto diario y me sentí muy orgullosa de sus logros, supongo que no tanto como su madre, pero casi casi…
Fue mi alumna durante un tiempo, los primeros días con ella fueron duros: era una niña desafiante y muy arisca. No tenía buena relación con la mayoría de sus compañeros de clase, ni hacía caso a los docentes. Había repetido y consideraba el colegio como una carga que no sabía digerir. Para su madre, también era una niña complicada y más dificil de llevar que sus hermanos.
Como yo soy de tendencias cabezonas, tengo la firme determinación desde que trabajo en la escuela que nunca se debe dar por perdido a un alumno. Empecé a ofrecerle mi ayuda en solitario, porque delante de los demás compañeros no quería, y empezamos a trabajar en un proceso duro, porque al principio se negaba a abrirse ni decir nada.
Por su actitud, parecía que no quería trabajar, que su futuro era terminar como empezó: libretas vacías, libros cerrados y mente negada a cualquier cosa relacionada con el colegio. Que, sencillamente, no le gustaba ni tenía interés alguno. Era un mal trago por el que tenía que pasar por ley.
Hablé muchas veces con ella, le preguntaba el porqué de su silencio y su falta de trabajo. Hacía todo lo que se me ocurría: le regañaba, le decía, le ponía , le quitaba,… A veces, veía como se le saltaban las lágrimas, pero ella siempre callaba.
Poco a poco, con comprensión ante sus problemas emocionales y firmeza ante lo escolar, conseguí que me escuchara, que abriera los libros en clase, que intentara hacer lo que pudiera. Al principio, valoré muy bien cosas que no estaban nada bien, pero después de la nada, aquello era un cambio tan grande que había que potenciarlo mucho si no se quería perder.
Pero, en realidad, a la vez que fueron bajando sus defensas, fuimos construyendo una relación maestra-alumna basada en la ayuda, confianza y respeto. Y cariño, mucho cariño. De ser una niña rebelde, poco a poco pasó a ser amable y cariñosa, callada y atenta.
De esa forma, descubrí una verdad muy triste, era una niña extremadamente sensible y tímida, emociones que había disfrazado en un muro de oposición y desafío ante los que ella creía que no la comprendían. Era una niña PAS.
El desafío era su modo de defenderse de la soledad y la incomprensión de los demás.
Era plenamente consciente de que su nivel estaba muy por debajo de sus compañeros y le daba tanta vergüenza, que su bloqueo no le permitía hablar en clase delante de los demás y, aunque supiera la respuesta, creía que no era suficientemente buena para ocupar su silla, por lo que dudaba hasta de sus propias palabras. Es el síndrome del impostor.
El caso es que, en un momento dado, me ha dado las gracias por entenderla ¡Por entenderla! Puede que a día de hoy no sea una persona exitosa, con un futuro laboral brillante. Pero es feliz y se siente comprendida y querida. Para mí, sinceramente, sí ha logrado el éxito en su vida, porque es feliz.
A decir verdad, ella hizo mucho más que yo en nuestro proyecto conjunto: pudo superar todas sus dificultades y desarrollarse plenamente. Yo sólo fui la primera persona que le tendió la mano.
Las emociones pueden afectar y afectan los aprendizajes. Como docentes, debemos siempre tender la mano y dar una oportunidad para que se desarrollen y no, los niños no vienen educados de casa, los niños son educados por la tribu entera, porque no se puede dejar nada atrás cuando llegan al cole.
El objetivo primordial de la escuela es el desarrollo integral de la persona. Y el desarrollo integral es todo, no sólo contenidos, temas, unidades, conocimientos… Es que sea feliz, aprenda a ser y a hacer, que sepa sus límites, por supuesto, pero también sea consciente de sus muchas virtudes y capacidades. Es difícil, claro que sí, pero para eso está la comunidad educativa, para que, entre padres, maestros y familias, entre todos y trabajando conjuntamente, encontremos el término medio y podamos ser el mejor apoyo para que nuestros alumnos e hijos se desarrollen plenamente.
Leerte me ha lanzado directamente por el recuerdo de mis días en el colegio,aunque no puedo asegurar que percibían de mi aquéllos profesores,si puedo asegurar que se propusieron algo ,en los constantes cambios de pupitre, en primera fila,al medio ,detrás del todo ,al final de la clase, alguno se refirió a mis altas capacidades de aprendizaje, pero supongo que no entendían mi nerviosismo, mi timidez exagerada, yo vivía drama tras drama en la casa familiar,no podía celebrar las buenas notas,así que el desinterés y esas máscaras de no merecer las reconozco,solo puedo añadir a este texto, que si no hay palabras ,que si el silencio es dueño de un niño,el esfuerzo como el de la profesora de este relato que describes puede quiza no cambiar la vida, pero si ser una muleta , un referente, para su desarrollo y tambien sirve de entendimiento futuro de personas como yo ,que miran hacia atrás y ven que en su segundo hogar que era el colegio ,hubieron intentos, por llegar a mi ,por ayudarme a desarrollar esas capacidades ,y eso hoy me sigue alimentando de esperanza para mi propio avance sabiendo que me tenían en cuenta ,que se interesaban por mi de alguna manera y quiza esto poder llevarlo a las aulas donde existan NAS que sufran en sus hogares y tenderles la mano ,para conseguir adultos mas sanos y equilibrados .